Maria supo desde el momento que le pusieron su bebé por primera vez en brazos, que sería el banco del cual nunca se desvincularía. En ese mismo instante firmó un pagaré para siempre. Nunca, jamás, se le pasó por la cabeza que un día podrían quedarse con sus ahorros.
Así empezó una vida donde supo depositar cada gota de amor. No le importaba no dormir más de 3 horas seguidas. No le importaba saber que los proximos 30 años dejaría de ocuparse de ella misma. Cada día reconfirmaba su confianza y hacía su depósito. Sus amigas le advirtieron que no descuide su matrimonio o propia individualidad, pero para Maria no había nada como el amor de un hijo.
Maria veía crecer a su hijo en quien depositaba cada momento de su tiempo haciendo inmensos sacrificios. Se quedó mil veces desvelada por enfermedades, deberes, fiestas adolescentes y llegadas de madrugada. Estaba feliz viendo como crecían sus ahorros. Ella no pedía nada a cambio, no esperaba nada por lo que ella daba pero en su interior estaba segura que su ahorro tendría sus frutos. Estaba dispuesta a renunciar a la inversión con tal de ver su hijo feliz pero nunca se le pasó por la cabeza que podían quedarse con todo.
Un día su hijo le presentó una novia. Maria no podía estar mas contenta a pesar de que cada vez veía menos a su hijo. La universidad, sus hobbies y deportes, sumado a su nueva novia, hacían que María no viese tan seguido a su hijo. Pero ella nunca dudó del banco. Su hijo se casó y María no dudó un minuto en vender sus joyas para que su hijo tuviese el mejor recuerdo. Empeñarlas para volcar todo, de nuevo en el mismo banco, no era el negocio más recomendable. Pero María había tenido una excelente relación a lo largo de 30 años y no pensó que un día algo podía cambiar. Pero algunas cosas cambiaron….
A María le pidieron que no visite el Banco sin antes avisar. Le pidieron que no fuese tan seguido. Le exigieron cierta distancia y prudencia. María no cuestionó. Ella confiaba en el banco. Su inminente tristeza por la falta de visita diaria fué dejada de lado al enterarse que iba a ser abuela. Se sentía realizada. El banco nuevamente la necesitaba. Le pidieron que los visite nuevamente todos los días. Esta vez con café incluido. María tocaba el cielo con las manos. Su nieto no hacía mas que reconfirmar que no se había equivocado.
Nuevamente siguió depositando amor en su cuenta. María sentía que nuevamente era considerada como ahorrista. Maria prolijamente cada día dejaba su cuota de amor.
Su nieto creció y María recordó la crisis post casamiento. Ya no se sentía tan bien recibida. Una vez más no cuestionó. María confiaba en su banco. Ya tenían una relación de 40 años, no creía que las cosas podían cambiar.
Un día a María le cuestionaron su forma de vestir, su forma de hablar, le dijeron que hablaba en voz alta y decía cosas que a nadie le importaba. Le dijeron que ella contaba lo que veía en el banco. Que hablaba de más. Y eso para un banco no era un tema menor. María pensó que que ellos estarían pasando un mal momento. Los justificó. Ella era la misma. Ella no había cambiado. Varias veces se acercó al banco y no le abrieron la puerta. Maria una vez más justificó a su banco pensando que ya volvería ser como antes.
María envejeció. A María ya le costaba ir al banco. Ella seguía juntando para depositar, tenía mucho amor para dar. Pero el banco no estaba interesado en sus ahorros. Maria no se animaba a recordarles que durante los ultimos 40 años había hecho sus depositos diarios. Maria estaba feliz mientras el banco siguiese abierto aún cuando no pudiera entrar. Aun cuando ella había confiado en el banco desde el día que había nacido. Maria pasaba mucho tiempo sola. No la llamaron para el aniversario del Banco, ni para conocer la nueva sucursal cuando decidieron remodelarla. Maria recordó lo que le habían dicho las amigas. María ni se animó a darles la razón en sus pensamientos.
María solo depositó amor. Pero María no pretendía cobrar intereses. María pretendía que vuelva algo, no todo, de lo que ella había depositado. Maria se conformaba con una quita muy grande. Ella pensó que al jubilarse algo tendría. A María la estafaron. Su banco entró en default. En default de amor. La dejaron sola. Pero María murió sin admitirlo. Porque el amor de una madre no es racional. No pasa por la cabeza. Pasa por el corazón. Y el corazón no reclama indemnización.
10 junio, 2016 a las 6:09 pm
Hola Juano!
María realizó una inversión y todos sabemos que al hacer una cualquiera, corremos ciertos riesgos, sin embargo pese a que nadie la obligó, resolvió asumirlos y darle todos sus ahorros.
Ella apostó por un “fondo buitre”… alguien que te alivia en muchos momentos y al que vos accedés por propia voluntad, pero es implacable.
Por supuesto que sería ideal que la retribución sea similar a lo dado, pero no siempre es así, por ello las María deberían contar con un seguro (vida propia sin tanta entrega a ciegas) o bien no invertir en esa cartera, que puede traerte amarguras.
Hablando normalmente, seria ideal que los hijos amen a sus madres en todo momento y no sólo cuando las necesitan, así como también sería bueno que las madres nos preparemos para ello.
Hasta pronto!
PD Me encantó la manera en que está escrito este post!
10 junio, 2016 a las 6:29 pm
Hola Betty! siendo que vos sos madre tu opinión es CALIFICADA! En tu caso creo que tenés claro lo del seguro (vida propia) y es por donde voy con el post. Las madres son irracionales en el amor, pero deben pensar que un día pueden no ser retribuidas como quisieran y no sufrir por ello. Y los hijos, bueno, tener siempre presente a los viejos! SIEMPRE presentes, que no significa tampoco perder individualidad. Gracias Betty!!
30 junio, 2016 a las 10:03 pm
Uffff! qué bueno Juano! Es tan bueno darles bola a los viejos en esa etapa que se van marchitando… porque cada visita, regalo, comunicación, paseo vuelven a florecer hasta la próxima vez que se encuentran y ellos viven recordando y esperando ese momento sublime.
1 julio, 2016 a las 2:13 am
Exacto!! Tengo cierta debilidad por los mayores… Hay q estar atentos a sus necesidades. Gracias por comentar!