Juano_Flyer_logo_Final-15Amparo me recibió en la casa de su hijo. Atravesé la puerta de la cocina y la vi pintando mandalas en un libro que le regaló su nuera tras un viaje a Francia.

Buscaba una nueva “Historia de un viaje”, pero su protagonista me regalaría “una lección de vida”.

No hubiese hecho falta que hablemos durante 2 horas para que Amparo me regale la conclusión de este encuentro, sus ojos, al levantar la vista de sus mandalas,  brillaban transmitiendo felicidad. Tanto al inicio como al finalizar la visita, tuve el mismo sentimiento de admiración ante su mirada. Amparo es feliz. Amparo no le reclama nada a la vida. Amparo transita la vida con la certeza que todo tuvo un sentido y no vale la pena volver sobre los propios pasos para ver que hubiese pasado si el rumbo hubiese sido otro.

La sección de “Historia de un viaje” busca transmitir detalles de un viaje específico, pero como pasó con Rosanna, terminan siendo experiencias que mucho nos dicen de cómo nuestros abuelos vivían, cómo viajaban, qué valoraban y reflexionar con la mirada de hoy en perspectiva.

Amparo tiene 89 años. Su infancia transcurrió en Meixamo, Lugo, España. Meixamo tenía 5 casas. Tuvo una infancia con muchas limitaciones. Con una exactitud que asombra, recuerda detalles de su primeros años. Pero en especial un día triste de su niñez. “El día que se me pinchó un globo. Era el único juguete que teníamos 4 niños”. Pero no se queja. Amparo nunca se queja.

Su padre murió siendo ella muy chica. Es un dato que Amparo menciona recurrentemente. La muerte de su papá significó un cambio en el rumbo de su vida, tan o más importante que la decisión de emigrar hacia Argentina. Como una hoja de hermosos mandalas que quedaron a medio pintar…

Amparo conoció a Francisco en la escuela pero recién se enamoraron  a los 17 años. Trabajaba para su familia, tío y primos. Pero nunca le pagaron. Le compraban zapatos, no le faltó comida, pero no le pagaban. Amparo transmite en sus palabras que podría parecerle injusto. Pero no lo dice.

Ella sabía coser. El era carpintero. Francisco decide probar suerte en Argentina donde había algunos familiares que habían emigrado. Amparo con 23 años deseaba partir con Francisco. Pero no podían darse ese lujo. No fue un momento fácil pero Amparo vuelve una vez más a la actitud de vida que la caracteriza. Toma ese tiempo de mucho esfuerzo como siembra que daría más adelante sus frutos.

Francisco comienza a trabajar en Argentina y le ofrece matrimonio. Su comunicación era por carta. Ella no quería que nadie sepa que se enviaban cartas. “Podrían pensar que ya habíamos tenido intimidad“. Se casan “POR PODER”. Ante mi sorpresa me explica: “Francisco, en Argentina, concurrió al Registro Civil con 2 testigos. Me envió esos papeles. Yo concurrí al Registro Civil y a la Iglesia en España. Inscribí mi voluntad de casarme. Los papeles fueron para Argentina donde también los registró en MIGRACIONES.” El 18 de Julio de 1927 se casaron, pero aún estaban separados por un inmenso mar, a 10.000 kilómetros el uno del otro.

Luego de 2 años de mucho trabajo, Francisco logra reunir el dinero para traer a su esposa a la Argentina. El 10 de diciembre de 1928, fue para Amparo, el día más feliz y más triste de su vida. Inicia su viaje a Argentina. Feliz por su reencuentro con Francisco, pero triste por lo que significaba dejar a su mamá y a sus hermanos.

Un tío, con algo de culpa por su trabajo forzado “ad honorem”, le regala 100 pesetas. Es 12 de diciembre y el barco parte de Vigo hacia Buenos Aires. Amparo acaba de dar vuelta la página en su libro de mandalas y pintaría la más linda: su familia.

El 31 de diciembre el barco llega al Puerto de Buenos Aires y hasta la muerte de Francisco nunca más se separarían.

Apenas llegada, Francisco lleva a Amparo al banco para ponerla como co-titular de la poca plata que tenía. Para ella fue la ratificación del matrimonio ocurrido a la distancia meses atrás.

Rápidamente Amparo consigue trabajo. Su trabajo horrorizaría a más de uno en la actualidad, pero para Amparo significó independencia y retribución a su esfuerzo. En la curtiembre donde trabajaba le entregaban zorrinos ya sin piel. Ella debía estirarlos y pasarle una grasa con pincel. Me pregunta… “¿alguna vez sentiste el olor a zorrino? Bueno, ese olor era constante en la curtiembre…” Pero para Amparo, significaba ir “juntos a la par” con Francisco. No se queja. Siente orgullo de su trabajo.

Deja de trabajar cuando Francisco se independiza y pone “su carpintería“. Ella lo acompaña asistiéndole en presupuestos, compras y temas administrativos.

Francisco fallece muy joven. Ella tenía 52 años. Pero rápidamente encuentra una opción para seguir adelante. Alquila un local a 5 cuadras de su casa donde vendía ropa y oficiaba de modista. Su hijo Gabriel interrumpe el relato e indica “en lo económico, la muerte de mi papá no significó un cambio. No dejamos de ir a colegio privado ni al club, estudiábamos inglés, mi hermana iba a piano, baile, etc.”. Tuvo dos hijos. Nunca les faltó nada. Su mandala pudo terminarse a pesar de todo.

Volvió a España 44 años después y por única vez. En avión. Tampoco Francisco estaba. Su familia y la de Francisco no los vieron casarse. Tampoco los vieron casados. Amparo encontró todo igual, inclusive peor. “Eso era un pueblo arriba de piedras“. Cumpliendo la voluntad de Francisco, los hijos y Amparo, renuncian a cualquier reclamo de herencia de lo que había quedado en España. Lo hacen por escrito y ante escribano. Puede sonar disparatado, pero la vuelta de página al dejar España incluía todos los bienes pertenecientes a la familia. Admirable.

Amparo no dejó de pensar en su Argentina ni un solo minuto que estuvo en España. Acá estaba el país que la cobijó, que la vió feliz junto a Francisco y le dió muchas oportunidades… Le dió su primer trabajo, 2 hijos, nietos, una casa propia, una casa en la costa, amigos y mucho de lo que agradecer. Y lo hace a cada minuto. Agradece…

Amparo me mira nuevamente a los ojos. Como siempre, no dejaron de brillar. Son de esas personas cuyo optimismo no les permiten cuestionar ni uno solo de los momentos vividos. Todo es orgullo al esfuerzo. Todo sacrificio tuvo sentido. El amor fue la bendición en una vida que nada faltó. Tampoco sobró. Pero Amparo siempre se queda con el vaso medio lleno. Al igual que sus mandalas, su vida tuvo diferentes tonalidades. Pero aún por aquellas que quedaron a medio pintar, ella siente orgullo por la decisión de comenzar a pintarlas, antes que lamentarse de no haberlas terminado. Amparo es feliz. Fue feliz. Y ser feliz es una decisión.

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