Un jefe me dijo una vez que no debía tomar decisiones estando enojado, deprimido o eufórico. Que al menos debía dejar pasar una noche para evaluar una situación. Alejado de sentimientos, ya sean buenos o malos, que no fueran los habituales.

Dejé pasar 10 noches para escribir sobre la experiencia que significó Argentinos en el Camino. Un tiempo prudente, lejos de la sensación de euforia y éxtasis que me dejó tremendo viaje.

La previa

En 2017 había hecho el Camino de Santiago, por primera vez, con mi mamá. Un viaje que me clavaría una espina muy profunda. Que tuve la necesidad de transmitirle a todo el mundo y decirle que DEBIAN hacerlo. Y así vinieron muchos POSTS sobre el tema. Allí recibí cataratas de comentarios de personas que decían tener muchas ganas de hacerlo. Y entendí que mucha gente no tenía un impedimento económico sino poca información o un freno psicológico para afrontar este viaje en especial.

Nace el viaje en grupo

En Agosto de 2017 me sacaron el estómago. Seis meses después de la operación se gestó un viaje en grupo caminando 125 km a Santiago de Compostela. Un viaje que haría con mi esposa. Pero decidí proponer que se sumase aquel que el saberse acompañado le podría significar un empujón para hacerlo. Y se sumaron 60 desconocidos (bueno, a Raspando el Mapa ya lo conocía). De un día para el otro pasamos a ser un grupo de 62 peregrinos.

Pueden leer en redes sociales sobre lo que cada uno de los viajeros sintió con el hashtag #ArgentinosEnElCamino.

Si podría ponerle un puntaje al viaje fue 9,50. Podría haber sido un 7, pero lo hice con mi esposa que terminó siendo un contrapeso perfecto. El viaje no solo colmó mis expectativas sino que las superó.

Nos encontramos el sábado 13 de abril en Madrid, a las 20 hs., en el Museo del Jamón. Era la primera vez que algunos se veían. La alegría de cada uno se respiraba en el ambiente. Relajados. De vacaciones. Disfrutando.

En tren a Sarria

Al otro día nos encontramos en la estación Chamartin. Mi idea era tener una foto grupal. Imposible. La ansiedad de cada uno hizo que nos repartiésemos en los 9 vagones del tren y cada uno hizo la suya. Fiel a la frase que nos representaba, “Juntos pero no amontonados“, este viaje empezaba de la mejor manera. Las 6 horas que demoró el tren de Madrid a Sarria parecieron minutos. Algunos en primera, otros en económica. Pero todos paseaban de un vagón a otro para saludarse, sacarse fotos, tomar mate o comer en el coche comedor. Desde ese primer viaje en tren, quedó claro que la comida sería algo central en el Camino, casi tanto o mas que Caminar. En un momento el coche comedor era exclusivamente argento.

Parte del grupo de argentinos en el Camino en el tren de Madrid a Sarria

Parte del grupo en el tren hacia Sarria

Llegamos a Sarria, la ciudad de donde partiríamos. Ahí empezaba todo. Faltaban 125 km. Hubo foto, algunos no llegaron, otros no querían salir y otros no se ven porque alguno los tapaba. Todos, eso sí, estaban felices.

125 km en 6 etapas

Las 6 etapas subsiguientes serían similares:

Poníamos un horario de salida para el grupo. Siempre fue entre las 8 y las 9 de la mañana. Algunos salían antes, otros llegaban tarde. Los que querían salir en grupo llegaban puntuales. Había foto. Comenzaba la etapa.

El grupo no duraba junto ni 1 kilómetro. Algunos esperaban a otros. Muchos avanzaban a su ritmo según su estado físico, ansiedad o afinidad. Algunos compartían charlas. Algunos paraban a comer. Otros visitaban iglesias. Muchos sacaban fotos (y eso los demoraba). Estaban los que parar a comer o descansar, les jugaba en contra y preferían no detenerse. Juntos pero no amontonados.

Era habitual encontrarse en el camino. Ir caminando y ver alguno en una terraza de un bar tomando colacao o una cerveza. Comiendo una tortilla, un pulpo, chipirones o un sándwich de jamón serrano (crudo).

El primer día nos llovió. El resto ni una gota. Los paisajes nos cautivaron por igual. Lo mismo que la gente de Galicia y sus comidas. El grupo pudo haberse llamado Argentinos Comiendo en Galicia.

Luego de 5 a 7 horas, según el ritmo cada uno llegaba a su hotel. El hospedaje estaba organizado por una agencia y estábamos cerca. No era necesario o indispensable, pero siempre estaba el que compartía una crema, un bastón, un masajeador o una charla. Nos sabíamos cerca. Nos hacía bien. Aún cuando se respetaba la individualidad de cada uno.

Muchas veces estuve por ocuparme de algunos temas ajenos. Florencia, mi esposa, me detenía recordándome que yo debía disfrutar de “mi camino”. Que yo solo era el que generó la idea, pero no era el coordinador del viaje. Lo hice, por mí, pero también por ella. Pude hacer el camino en pareja, disfrutar de un camino de “a dos”, a la vez que disfrutaba de hacerlo en grupo. Juntos pero no amontonados.

A la tardecita casi noche empezaban las invitaciones por whatsapp. Las recomendaciones de bares y restaurantes. Era imposible caminar por algún pueblo sin encontrar a alguno del grupo. Albariño, cerveza, pulpo, chipirones, gambas, tortilla, tarta de Santiago, crema de orujo, licor de tostada y licor de hierbas era lo habitual.

El cansancio, las cenas con sus bebidas nos aseguraban un gran descanso. Los hoteles fueron muy buenos. Buenas camas, buenos colchones y una limpieza general para destacar.

A medida que avanzaban las etapas y los kilómetros, la alegría de llegar se mezclaba con la angustia del fin. Cada uno lo vivía en forma diferente pero creo que a todos se nos notaba.

La llegada

Hubo intentos de llegar juntos a la plaza del Obradoiro. Pero no resultó. Algunos no querían parar, sus piernas les transmitían que si se detenían, podría suceder que no volviesen a funcionar. Otros no se permitían detenerse por emoción o ansiedad. Algunos simplemente hacían su camino, lo transitaron en grupo pero sin “reglas obligatorias” y decidieron seguir siendo libres.

Llegamos a la plaza de a poco. La hermosa Catedral de Santiago nos dió la bienvenida. Cada uno con sus emociones, anhelos, promesas y agradecimientos. Para ninguno fué “solo” un trekking. Creo que para ninguno fué algo turístico solamente. A todos “el Camino” algo les dejó. Muchos lloraron. Muchos callaron. Todos sonreían. Algunos recordamos gente que ya no estaba. Todos estábamos felices.

 

Esa noche tuvimos el enorme regalo de que un grupo de personas, que nos había contactado por Instagram, nos esperasen en Santiago de Compostela con una cena para todos en el Campus Stellae. Por primera vez estuvimos los 62 cenando. Por primera vez estuvimos todos juntos. En Madrid, en el Tren, cada mañana al salir a caminar y durante el día, alguno no estaba. Esa noche estuvimos todos. Tuvimos la ceremonia de entrega de las Compostelas. Estábamos tan excitados y emocionados que a ninguno de los 62 se le ocurrió hacer una foto. Fue un broche de oro para una locura que un día pasó por mi cabeza. Jamás pensé juntar más de 15 personas. Ocurrió y se me vino a la cabeza una hermosa frase que está presente en mis viajes “No estés triste porque terminó, sonríe porque sucedió”

Reunir 62 personas es difícil. Que no se conozcan y caminen 125 km en otro continente lo es mucho más. Llegar sin problemas, sin rencillas, sin discordias es casi imposible. Lo logramos como grupo. Lo logramos entre todos. Lo logramos juntos, pero no amontonados.